Común & Silvestre

Diariordinario

El otro lado de la valentía.

 

Crecí en una familia de mujeres fuertes, independientes, valientes, y aunque nunca me percibí como una, a medida que pasaron los años fue más común escuchar que otros vieran todo esto representado en mí también.

Sin darme cuenta me convertí en una de ellas, en parte de ese matriarcado, donde lo único que nos detiene es la breve pausa para respirar profundo y tragar fuerte, necesaria para enfrentar cualquier adversidad y retomar el camino rápidamente.

Asumí el rol, me sentí orgullosa de que otros me reconocieran como una de ellas, y creí que de este lado, la vida sería siempre mas fácil.

El otro lado de la valentía.

Entre mas obstáculos fui capaz de enfrentar, más evidentes fueron los síntomas del mal familiar, el yopudismo, como lo llama mi tía (sí, de yo puedo).

Este mal crónico aparece sútilmente con nuestra gran habilidad (y disfrute) para resolver problemas. Cada pequeña victoria nos hace sentir más capaces, libres, independientes, invencibles, y si llevamos toda una vida (y una historia colectiva) intentando alzanzar justo esto, porque dejaríamos de hacer lo que nos permite materializarlo.

Hasta ahí, sus síntomas son positivos, y por eso es tan difícil dibujar la línea de cuánto es suficiente. Solo mucho más tarde nos damos cuenta de que también ha entorpecido gravemente nuestra capacidad para pedir ayuda. En contraste, nos ha vuelto expertas en aguantar el peso de lo ajeno y apoyar a otros, tanto que nadie imaginaría somos nosotros a quienes más nos urge el apoyo y la compañía para seguir avanzando.

La valentía, la fuerza, la independencia, son medallas que se celebran en lo público, pero que pesan en lo privado. Nos aíslan, nos hacen invisibles, se normaliza que estemos ausentes por largos periodos de tiempo sin necesidad de levantar alarma, pues al final se asume que como en el pasado, esta vez también encontraremos la manera de resolver por nuestra cuenta.

Replantear la valentía.

Pienso en la cantidad de luchas que mi abuela, mi mamá, mi hermana, mis tías y primas han llevado en silencio, con la cabeza en alto en nombre del yopudismo.

Lamento mucho no haber detectado los síntomas antes para ayudar a romper sus corazas y acompañar a cada una de ellas.

Pienso en mi ahijada, mi sobrina, y en las muchas mujeres que espero formen parte de nuestra historia futura, y en cómo podemos enseñarles que la valentía no se construye en solitario.

Quisiera que supieran desde ya que dejarse querer, cuidar, y ayudar, también es de valientes. Que lo que más deberíamos admirar y celebrar en alguien es su capacidad para trazar la línea, para decir no puedo más, o al menos, no sola, su capacidad para construir una comunidad que las acompaña, celebra, e impulsa.

Valientes en deconstrucción.

Hace no tantos años conversando con una amiga, me enorgullecí de decirle que el prendedor de escarabajo que llevaba siempre en mi abrigo representaba lo fuerte que era. Había escuchado en algún documental que este animal era el más fuerte del mundo, y atraída por cuanto chunche me encontraba con esta forma, no dude en que esa era parte de mi historia.

Por suerte mi amiga no me creyó. Estalló de risa, y con toda certeza me dijo que sabía que detrás de esa coraza había puro algodón.

He tenido la suerte de que personas como ella me permitan bajar las barreras, y por permitan me refiero a obliguen, por que lo que no mencioné antes es que en etapa avanzada, el yopudismo puede causar ceguera para ver a quienes han estado a nuestro lado todo este tiempo dispuestos a ayudar.

Sé que este mal no es exclusivo de mi familia ni único de las mujeres. Vivimos en una sociedad que sigue aplaudiendo a quien aguanta dolor sobre quien busca remedio y se detiene a descansar. Normalizamos y aplaudimos vivir sobrecargados, agotados, al limite, pero siempre en silencio, en solitario.

Mis intentos por pedir ayuda siguen siendo torpes y lejos de frecuentes, y la distancia, el contexto y el ADN se niegan a colaborar.

Manejar la vulnerabilidad, propia y ajena, no es fácil, pero pensé que escribir este texto podría ayudar a rewire my brain, y quién sabe, tal vez el de unos cuantos más.

 
Laura Escobar