Común & Silvestre

Diariordinario

La cuadra más fértil del barrio.

 

El Parque.

Cerca de la casa hay un parque pequeñito. Tiene unos cuantos árboles deshojados, un camino curveado de adoquín que va sobre el pasto, una zona de juegos, y mucho romero en flor a los costados.

Vengo frecuentemente a tomar pausas, cuando la nostalgia por el verde me llama, o el azul del cielo que veo desde la ventana es muy tentador como para no salir y tomar el sol.

Me siento en una banca a leer, o más bien a observar. Este lugar claramente pertenece a los niños, quienes varían su compañía según el día y la hora.

Entre semana es el retrato de mujeres de todo el mundo menos de aquí, que asumo han venido buscando mejor vida para ellas y sus familias, y en el intento han terminado cuidando a la familia de otros.

A estas cuidadoras se suma unx que otrx abuelx, para quienes estos niños parecen ser combustible en pleno ocaso de sus vidas.

Los padres y madres se asoman el fin de semana, en los pocos espacios que les deben quedar entre descanso y deberes.

Dispersos en las cuantas bancas que quedan vacías y más lejos del movimiento, estamos nosotros, la excepción, unos pocos adultos sin niños que cuidar.

El libro.

Hace poco tuve un corto pero intenso encuentro de dos días y muchas emociones con un libro. Entrecruzando maternidades, la narradora, quien pertenece a este último grupo del parque, da pincelada de lo distinto y complejo que es ser madre para cada mujer.

Enfrentada a historias lejos de sencillas, esta narradora “sin niños que cuidar” se convierte en compañía y testigo de dos madres con realidades muy diferentes. Fue difícil separar sus reflexiones y pensamientos de los míos, no ser madres nos agrupa en un mismo saco, y además nos bautizaron con el mismo nombre, Laura. Me dio miedo pensar que podíamos ser similares y considerar la posibilidad de que terminé yo siendo ella en unos cuantos años, no por decisión, solo porque así se acomodó la vida.

El camino.

Ayer cumplí 34 años y nada es como lo imaginé siendo mucho más joven. Pensé que para entonces sería del grupo de los fines de semana en el parque y que muchas cosas estarían ya definidas. No lo soy y no lo están. Estoy lejos de donde imaginé que estaría, pero no porque no haya logrado llegar ahí, sino porque elegí explorar horizontes que no cabían en mi visión inicial, elegí mi curiosidad por ese único camino sin definir que todxs tenemos — el propio.

Ese explorar toma tiempo, más del que pensé. Pero también da tanto, que no imagino no haberlo hecho.

El tiempo.

Fue hace solo dos o tres años que comenzó a pesarme el sonido del reloj en mi cabeza. Hizo avanzar en pocos meses lo que no hace tanto creí casi infinito, empujando rápidamente hacia arriba los últimos ítems de mi lista de pendientes.

Agobiada, compartí con una madre mi sentir, la ansiedad de ese reloj, y mi deseo por ser mamá. Sus palabras cayeron fuerte e hicieron ruido largo rato — Si es algo que uno quiere hay que priorizarlo, yo tenía claro que quería ser mamá, y mamá joven, y acomodé los tiempos a ello.

¿Existe tal cosa como acomodar los tiempos? Lo veo con distancia y pienso lo absurda que es nuestra fijación en querer controlarlo todo y lo ilusos que somos en creer que lo conseguimos.

Hoy.

Estar aquí es lejos de un final, lo contrario, es el inicio de múltiples enfrentamientos para aceptar que el tiempo avanza, que las cosas cambian, y unas cuantas no vuelven a ser o nunca serán. También es verse frente a múltiples nuevas posibilidades que son visibles solo cuando permitirnos plantearnos otros escenarios, u obligados, caemos en ellos.

La vida se acomoda en lugares extraños y de formas inesperadas, todo para ponerse en movimiento nuevamente.

Los ritmos compartidos a ratos parecen pesar más, pero es el paso individual lo que realmente nos define.

Espero los treinta y cuatro me den valentía para caminar mas y planear menos, soltar el control y confiar en mis propios tiempos.

Por ahora caminé un poco más lejos, a un parque más grande. Este no pertenece a nadie, tiene espacio para más escenarios y no existe el sonido del reloj.

 
Laura Escobar