Refugios & Movimiento.
Refugios.
Hace unas semanas pasé frente al edificio en el que viví hace un tiempo. Siempre me llamó la atención la cuadrícula que se forma en sus fachadas, un gran cuadrado dividido en muchos otros más pequeños. De lejos todos estos bloques parecen ser iguales, pero a medida que nos acercamos, lo que ocupa sus balcones comienza a delatar a quien lo habita.
Por mucho tiempo recuerdo que la mayoría de esos balcones estuvieron vacíos o con poca cosa. No por falta de inquilinos, sino más bien porque eran espacios inutilizados, falta de tiempo o simplemente no había necesidad de usarlos.
Hoy esa fachada se ve distinta, las líneas de la cuadrícula son más sutiles y resaltan las formas de lo que cada habitante le ha agregado a su espacio.
Un año encerrados en nuestras casas ha validado más que nunca la idea de que nuestros espacios son refugios, que el cariño y tiempo que invertimos en ellos se devuelve en forma proporcional hacia nosotros para cuando requerimos que nos atajen y protejan, o para simplemente disfrutar de ellos.
Personalmente, la construcción de mi espacio ha sido de los procesos más importantes para ayudarme a definir quién soy, y habitarlo en forma individual, el mejor ejercicio para crecer, sanar y enfrentar todo aquello de lo que seríamos capaces de huir toda una vida.
Hace unos días me despedí de mi más reciente y sobre todo más querido domicilio. El que fue refugio en uno de los años más extraños y retadores, que logró quitarme la ansiedad por estar siempre en movimiento, enseñándome que si es posible encontrar un espacio para quedarse y echar raíces. Entender que la quietud no es estática ni negativa, sino la mejor herramienta para navegar en cualquier circunstancia. Que trae con ella la serenidad necesaria para apreciar las cosas cuando están y dejarlas ir cuando es momento.
Movimiento.
Habiendo dado forma a este espacio querido, ahora es tiempo de volver a ponerse en movimiento. Esta ha sido mi sexta mudanza en cuatro años, así que para este momento algo ya he aprendido de logística, eficiencia y principalmente desapego.
No me salvo del cansancio que implica cambiar de domicilio, ni lo extraño que resulta guardar la vida en una pequeña bodega. El espacio que ahora he puesto en unas cuantas cajas, que armé a pedacitos, día a día, con tanto cariño y detalle, desapareció en cuestión de días.
A ello se suman las varias semanas de transición en las que no se está ni instalado ni empacado. Períodos en los que se intenta adelantar trabajo sin perder la funcionalidad de un espacio que todavía se habita, o donde se busca la estabilidad aún sabiendo que estas son estancias temporales y que muy pronto volveremos a empacar. Nuestro deseo iluso (y natural) de formar un cotidiano, todavía estando en movimiento.
Mi querida nostalgia que siempre ha sido compañía en procesos de cambio y además ha servido tantas veces de combustible para escribir, está vez se ha mantenido ausente. Ni siquiera la temporada navideña ha sido capaz de llamar su atención.
La costumbre la extraña un poco, pero reconozco que es más fácil navegar sin ella. No tenerla me permite enfocarme y hacer espacio para lo que está por venir.
[Remedios del Trópico - Edición Dominical - 20 de diciembre]