Lágrimas sobre el plato
La comida siempre ha sido un punto de unión en mi familia y como espacio compartido, un remedio sagrado. Los largos almuerzos con mis papás los fines de semana pueden ser de las cosas que más disfruto en esta vida.
La comida ha sido la excusa y la mesa el lugar para que todas estas conversaciones sucedan: complicadas, divertidas, estimulantes, anecdóticas y sanadoras, dan forma a nuestra historia y nos permiten conectar con otros con el simple pretexto de sentarse a comer.
Este breve relato, cuenta cómo este espacio que tanto se disfruta en compañía, es también testigo de grandes momentos en solitario.
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Sobre una lágrima en el plato y un pequeño gran triunfo.
Llevaba un poco más de 1 mes de vivir en París. Era la primera vez que vivía sola por un periodo largo fuera de la casa de mis papás. Hasta ese momento, mi portafolio de recetas estaba limitado a aquellas clasificadas dentro de la zona segura: poco esfuerzo, probadas por varias generaciones y previamente puestas en práctica bajo la dirección de alguien más.
Necesitaba diversificar. Estos « clásicos » ya no me bajaban y el croissant como base de mi dieta anunciaba graves consecuencias (no que al final de los 6 meses no las haya habido).
No se por qué hasta ese momento tenía tanta resistencia a la cocina, mi mamá me había repetido muchas veces: « si te gusta tanto comer y eres así de antojada, no vas a tener problema en aprender a cocinar ».
Busqué una receta en internet, conseguí todos los materiales y comencé.
Concentrada y hablando sola, seguí los pasos al pie de la letra, nada de una pizca de esto y otra de aquello. Tablespoon al ras, sin un granito más ni menos, exactitud máxima. La escena claramente parecía más un experimento en laboratorio, y yo en mi cabeza refunfuñaba sobre cómo pretendían las abuelas que aprendiéramos a cocinar entre términos tan ambiguos.
Llegué al final de las instrucciones, ahora era cuestión de meter todo al horno y esperar. La espera más eterna, no solo por el hambre sino por el miedo que me hacía revisar obsesivamente la comida cada minuto. Si esto se quemaba no sería la primera vez y no quería repetir tal escenario.
Sobreviví al capítulo horno y serví la comida con todas las recomendaciones que se mencionaban.
Y aquí, debemos poner la marca del antes y el después. Con el primer bocado, cayó la primera lágrima. Esa delicia la había hecho yo. Este fue el día que el chicken shawarma pasó a ser mi primer trofeo culinario y receta predilecta.
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Viviendo sola es muy fácil descuidar estos espacios tan sagrados de comida. De pronto estamos desayunando de pie, o comiendo directo del empaque y dejando de dar cariño a momentos que aunque se vivan en solitario no dejan de ser menos importantes.
Mi mamá me cuenta que mi tía abuela siempre arreglaba la mesa aunque comiera sola. Yo a mi manera he tratado de mantener la disciplina y hacer lo mismo.
El jueves volví a comer chicken shawarma. Una vez que mi mesa estuvo lista, pensé en lo lindo que se veía todo, la delicia que estaba a punto de saborear y de cómo una vez en París vencí la barrera del miedo a la cocina y use esas lágrimas de orgullo como ingrediente secreto en mi cocina.
¡Buen provecho!
[Texto #2 - Imágenes & Escritos. Remedios del Trópico - 25 de abril]